244.

 

Soñar como reposición mientras se duerme es lo saludable y ordinario. Soñar en estado de vigilia ya no es soñar por instinto sino por anhelo. El deseo de imponer el mundo personal del individuo a otros individuos o a la colectividad. Es el principio de una senda totalitaria.

243.

 


De un personaje tan peculiar como Thomas Edward Lawrence: 

"Todos los hombres sueñan, pero no del mismo modo. Los que sueñan de noche en los polvorientos recovecos de su espíritu, se despiertan al día siguiente para encontrar que todo era vanidad. Mas los soñadores diurnos son peligrosos, porque pueden vivir su sueño con los ojos abiertos a fin de hacerlo posible. Esto es lo que hice". 

Y luego cuenta lo que hizo. Al menos fue sincero. Da fe de ello su interesante y bien narrada obra Los siete pilares de la sabiduría. Naturalmente saber algo más de esa reflexión tan acertada nos traslada a la historia pasada y a las personalidades que latían en su protagonista. 


242.

 

Una palabra sale fortuitamente hoy a mi encuentro, debido a la lectura de un texto. Irreverencia. En mi memoria suena antigua. Suena transgresora. De seguir uno condicionado por el pasado lejano se la podría denominar también pecaminosa. Hoy percibo el término irreverencia como el primer paso de otra acepción, la de rebeldía. Han sido tantas las navegaciones y sus cambios de rumbo...


241.

 


Pensamientos sobre una fotografía: estarán muertos y enterrados el hombre, el periódico, el tranvía, la moda y su época. Lo vintage o lo revival nunca reponen lo fenecido.


240.

 

Algunos mayores aún llaman al periódico el mentiroso. ¿Antigua expresión de tiempos en que la mentira se imponía sin opciones? Habrá quien diga que la mentira también campa hoy; no sé si impera. Al menos hay más capacidad de elección. ¿Elegimos siempre entre mentiras?



239.

 

Corrijo: ya no se dice leer la prensa. Solo echar un vistazo al periódico. En gran parte de las páginas de un diario nos quedamos en la abreviatura. Los epígrafes, los titulares. Como mucho las entradillas.


238.

 

Lectura mañanera del periódico. Leer entre líneas, leer sobre líneas, leer bajo líneas. Incluso leer sobrevolando las líneas. La lectura de prensa ha acabado siendo para mí una geometría. Pero ¿no lo fue acaso en mis años jóvenes cuando buscaba con avidez lo que no estaba escrito?


237.

 

Es la cualidad burlona de los sueños lo que me intriga sobremanera. Mucho más poderosa y probablemente efectiva que la ironía que podemos desplegar cuando creemos que nos regimos por nuestra consciencia.


236.

 

¿Qué parte de nosotros habrá en la naturaleza de los sueños?, me pregunto en ocasiones. Para qué cuantificar, me respondo. 


235.

 

Despertar con el peso de los sueños revueltos. ¿Cabe imaginar sueños ordenados? Si lo fuesen la carga sería mucho más onerosa y el caos se extendería a lo largo de las horas del día.


234.

 


De los Carnets de Albert Camus:

"Desagrado profundo de toda sociedad. Tentación de huir y de aceptar la decadencia de la época. La soledad me hace feliz. Pero también la impresión de que la decadencia empieza a partir del momento en que se la acepta. Y uno permanece, para que el hombre permanezca a la altura que le corresponde. Exactamente para impedir que descienda de ella. Pero desagrado, náusea por esta dispersión en los demás".

Pensamiento anotado entre los años 1942 a 1945. Suficiente razón esa época para naufragar y ser pasto de la decadencia exterior que podría arrastrar a cualquier individuo. Ese punto de conciencia de humanidad personal que no cede al hundimiento retrata al hombre. Tal vez la rebeldía es el antídoto del abandono.
 
 

233.

 

La intención también es pensamiento.


232.

 

¿Se pide sinceridad de la palabra? ¡Sinceridad de la intención!


231.

 

La palabra es una sustancia circulante. Una más que sumar a las corrientes naturales del cuerpo, las que denominamos biológicas que, por cierto, también mutan, se multiplican o se reducen, fluyen o se obstaculizan. No necesito pensar en la generación por sí misma de la palabra. Bulle dentro, despierto y dormido. Solo debo cuidarla al razonar y, sobre todo, al expresarla al exterior.

 

230.

 

En un cierto juego de palabras alguien escribe que la palabra es desamparo. ¿Y cómo siendo desamparo la palabra buscamos amparo en ella? ¿O solo es a través de ella, porque duele la intemperie?


229.

 

Aviesa cosa sería llegar al estertor diciendo: no supe vivir. Tal vez en ese instante irreversible lo que querrías decir es: no aprendí a saber vivir. 

 

228.

 

¿Qué otro saber, tal vez no más completo aunque sí más certero, no podremos obtener del saber vivir?


227.

 

Aprender a vivir es aprender a saber.


226.

 

Tan perjudicial puede ser vivir en un ambiente cerrado y sin ventilar como padecer siempre la desprovisión de la intemperie.



225.






Leo a Huidobro en el prefacio de su Altazor

"Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. 
Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán".

Siempre que el huracán no haya derribado antes tu casa, me da en pensar. Porque entonces, ¿sería un suspiro o un bramido lo que emergiera del fondo de tu emoción?  


224.

 

Hay desaciertos prácticos, tales como la resistencia inútil a aceptar hechos consumados o acontecimientos irreversibles. Naturalmente llorar ante lo irreparable es un recurso emocional, pero baldío. No obstante conviene tener certeza de que no hay vuelta de hoja. No vaya a ser que lo que se nos ofrece como estación término -de algún asunto, alguna experiencia, alguna aspiración- haya sido un simple apeadero. Pero vivimos tiempos en que los apeaderos no existen, lo cual nos obliga a extremar las precauciones. Nunca nos demos por muertos mientras sigamos escuchando a los vivos.



223.

 

El desacierto de creer que las cosas son como uno quisiera que fuesen. 


  

222.

 

Huir de los lugares comunes, pero sospechar de lo común de los lugares.


221.

 



Se me cae de la estantería Leopardi. Por fortuna no se ha descuajeringado el libro. Leo en la página abierta por el azar del accidente:

'El hombre está condenado o a consumir su juventud sin un propósito concreto, que es el único tiempo en el que pueden producirse los frutos de los tiempos venideros y proveer a su propio estado, o a malgastarla en procurarse goces para aquella parte de su vida en la que ya no está capacitado para gozar'.

Al final va a resultar que la vida, en cualquiera de sus etapas y circunstancias, es tiempo perdido. Pero perdido, ¿para qué? ¿Acaso de jóvenes no ocupamos el tiempo y en edad avanzada no lo tiramos con frecuencia por la borda? Hasta el conocimiento de los pensamientos ajenos son productos de la casualidad (en este caso proporcionado por la caída del libro) ¿Será que nuestra existencia misma es una constante y recurrente caída? Eso sí, unas veces previsible; otras, inesperada.


220.




No me quedan dudas. Aquellos mortales tan modernos crearon los dioses, los héroes y, en definitiva, la prolija narración de los mitos, para poder inventar la Arquitectura. O al menos dotarla de una justificación. Un ejemplo: Poseidón debió sentirse a sus anchas en Paestum.




219.

 



Afecta la desaparición de personajes que sin ser de nuestro mundo cercano e inmediato nos han dejado alguna huella. Pero a los que de una manera u otra, alguna vez, hemos incorporado a la inmediatez y a la cercanía, siquiera imaginaria. Un escritor cuya narrativa hemos leído con agrado, por ejemplo. Un científico que además de investigar ha sabido divulgar sus mundos. Un artista cuya obra ha sido fecunda. Un actor cuya interpretación nos ha gustado. No importa si de alguno de esos personajes no sabíamos nada desde hacía tiempo. Suele pasar. De pronto la noticia de su muerte nos conmueve y la memoria hace un repaso de aquello que hemos leído del fallecido, de los cuadros que hemos admirado, de las divulgaciones que nos han abierto la mente, de las interpretaciones en filmes que en su momento nos impresionaron.

Al final todo nos remite a la relación personal que se establece entre emisor y receptor. Cómo el primero influye sobre el segundo y cómo este acoge y se deja acoger por el primero. Tal vez sea cuestión también de asuntos de familia. Porque nuestra mente individual introduce tanto a familiares biológicos como a personajes, y cuanto nos ofrecen para nuestra particular y extraña evolución, de una diversidad cultural con la que nos identificamos, y tras los cuales adivinamos animales humanos. Como el mismo con el que cargamos cada día y lleva nuestro nombre y es marcado por la misma edad.



218.

 

Imagina que le llega la muerte leyendo un libro. Que estaba a punto de alcanzar el clímax de aquella trama donde lo qué (el argumento) y el cómo (el estilo) jugaban al ratón y al gato. Imagina que el libro se le cae de las manos y que sus labios pronuncian tenuemente la última frase que dice la protagonista. Imagina que su mirada última ha quedado perdida en dirección a la página abierta. Imagina que lo que pasa veloz por su mente en ese momento no es su vida vivida, como dicen muchos sin que sea posible comprobación alguna, sino que se desata veloz el nudo de la novela que leía. Imagina que alguien le encuentra ya desvanecido del todo y que recoge el libro mientras pronuncia con alarma el nombre de ese lector (tú) que acaba de despedirse de todas las realidades (su vida) y a la vez de las realidades ficticias pero no menos reales (la literatura) 


217.

 

Admírate de que tu cuerpo te siga la corriente. Tú le tratas a veces con indiferencia. Él te corresponde como si su fidelidad estuviera a salvo del envejecimiento. Tú le observas troceándolo con tu mirada. Él no entiende de regiones dentro de sí y responde como única geografía para acogerte. Tú pones el énfasis en aquello que crees que funciona como el primer día. Él reclama que no hagas de menos sus espacios más desconcertados. Tu cuerpo te tiene cariño, pero teme no saber concederte en contrapartida aquella entidad etérea que tu talante risueño aún busca en él.


216.

 



Se repite una y otra vez que lo importante es practicar. En los resultados no hay que creer demasiado. O, mejor dicho, que no le hagan a uno un creído. Que sea útil para uno mismo ya es mucho. Que dé satisfacción relaja el cuerpo. Que asombren las palabras seduce. Dejar abierto el ventanal para superar cada texto. El caos se ordena por sí mismo, se le ocurre. ¿Se ordena por sí mismo? No tendría sentido. El aire que entra a través de tus ejercicios te dice que tú dispones un orden a medida que escribes. No temer a la iniciación que vuelve una y otra vez. Siempre se pueden corregir chapones, enmendar planas propias, desarrugar cuadernos. 


215.

 


Hay momentos en que buscas un paréntesis. Llámalo parada. Ausencia. Imagina un rincón apartado donde nadie te solicita. Incluso un espacio perdido en el pasado que solo tu memoria se complace y regodea en habitar. Si te vale como desconexión harás bien en servirte de él. Lo importante es que tengas claro que refugiarte pasajeramente en imágenes pretéritas valen en tanto en cuanto participan de elementos que han quedado distorsionados y que tú los conviertes casi en oníricos.


214.

 

Cuando las ilusiones exceden a las posibilidades, y principalmente a los hechos, el hombre se arriesga a entrar en el mundo de lo quimérico. Con las quimeras se pierden los papeles. Eres otro que no controlas. Pero adentrarte en ese ámbito arriesgado solo tendrá alguna clase de fruto si se manifiesta el artista que llevas dentro. Pero artistas hay pocos. Individuos demenciados muchos.


213.

 

En cada una de sus aparentes ausencias laten presencias desconocidas. Piensa: el que fui, el que pude ser, el que no soy, el que puedo ser. Pero a su vez cada presencia se desdobla no solo en tiempos sino también en posibilidades. Que, no obstante, quedan tan solo en ilusiones. 



212.

 

Tener miedo a ausentarse de sí mismo. 

(Le resulta curioso comprobar cómo la forma de infinitivo contiene pasado, presente y futuro. Hay algo de potencial en ella que fusiona todas las formas verbales)



211.

 


Levantarse escéptico, más que amodorrado. Marco Aurelio había quedado ayer pero sigue hoy, y se abre otra página que le viene a pelo. "Huye de la ofuscación y vuelve a tus facultades. Despierta y examina detenidamente lo que te distraía: solo eran sueños". Él sabe que la vida es un juego que salta de sueño en sueño. Todos vividos, todos vívidos. Los oníricos y los proyectados ejercitan su papel, en distintos ámbitos. ¿Qué sería de los sueños que planea nuestra consciencia cada día si no fueran remendados por los nocturnos? ¿No serían nuestras frustraciones y deseos inalcanzados un motivo constante de suicidio si no se rebajaran de intensidad, purificados en el otro lado de nuestra personalidad? 

Lee la conclusión del pensamiento del emperador reflexivo: "Y ahora que has despertado, analiza lo que te turba, como has analizado el objeto de tus ensueños". 

Suspira, recoge la propuesta, se encamina hacia el día aún no clareado.


210.

 

Se fue a la cama leyendo a saltos a Marco Aurelio. No al triunfante en bronce a caballo del Capitolio romano, sino al paseante imaginario recreándose en sus villas. "Contempla las evoluciones de los astros y piensa que tú evolucionas con ellos. Piensa continuamente en las propias transformaciones de los elementos. Estas elevadas meditaciones purifican el alma de las mancillas de su vida terrestre". ¿Cómo fue ignorado posteriormente aquel pensamiento avanzado de su tiempo y que hoy sigue en vigor?



209.




No pensar el amor. No sentir el pensamiento. Sean o no vías paralelas lo que importa es progresar sobre ellas. Nunca ha dejado de meditar en lo importante que es un descarrilamiento a tiempo. Merece la pena pagar un peaje a las emociones. Es útil entrar y salir del territorio de los afectos. El hombre solo se hace en su propia confusión. Más: en su decidida y oculta voluntad de equivocarse una y otra vez. Mientras, el pensamiento a la espera de recoger los frutos.



208.



207.



En sus crisis se pregunta: ¿de qué me sirve rodear los espacios ocupados y delimitados, e incluso penetrar y salir de ellos como un extraño, si jamás toco el hálito de la vida organizada por los hombres? Sin dar tiempo al escalofrío se responde: a los demás moradores de la ciudad les sucede algo análogo. Con la diferencia de que ellos creen estar siempre en el centro, y disfrutarlo, pero carecen del sentido de la perspectiva. Así su goce es escaso y restringido, no saben proyectarse sino para mantener su escasez. Su vida es la sucesión de una copia tras otra en la que, tras tanto repetirse, no se reconocen.



206.



Los extramuros no fueron nunca expulsión para él. Él se sabe de procedencia exterior, del espacio apagado, del estallido repentino. Tiene asimilado, pues, ese vivir en los márgenes y ese crecimiento perimetral que, no obstante, no le permite tener visión medida de su superficie ni de su volumen. Diríase, por lo tanto, que es el eterno y conspicuo corredor de los bordes de la vida. 



205.



Una vez me confesó el buscador del amor que no había distancias para él. Que la lejanía era proximidad y lo desconocido una revelación que hubiera estado esperando ahí desde siempre.



204.



Buscaba el amor en los entornos, las cercanías, las proximidades, los aledaños. 

203.



"No es el amor, sino sus alrededores, lo que vale la pena..." Cuánto me ha gustado siempre este pensamiento -ocurrencia, conclusión- de Pessoa. Tal vez, al final, ha resultado que lo que creímos que era el amor fue en realidad el extramuro. Y los alrededores, nuestro sincero y satisfactorio hábitat.





202.




Viollet-le-Duc, el restaurador francés, propone otra alternativa. Observar y pensar. Contemplar y pensar. Meditar y pensar. Disfrutar del paisaje: de lo aparente, de las ideas, de las representaciones múltiples de la vida. Para él la visión de la ciudad condensa todo y amplía el ejercicio. Propuesta rompedora: no es un hombre el que mira, sino una proyección interior de cualquier hombre. La apariencia monstruosa no viene de fuera, la llevamos con nosotros. Pero lo monstruoso no significa crueldad o fealdad necesariamente. Simplemente es una alteración. Somos otros cuando contemplamos y escuchamos los ritmos que laten fuera.

201.


Representar el ejercicio del pensamiento a través de la plástica. ¿Como pose o como símbolo? ¿Acaso el símbolo no es una pose elevada categóricamente? Pero, ¿cómo fijar una imagen de lo que es dinámica perpetua?


200.


Los pensamientos no tienen un espacio ni una circunstancia única y definida donde se activan. Puntos de actividad: mientras friego los cacharros de la comida, en el autobús, sentado en el inodoro, al hablar con otra persona sin escucharla (ya sé, mal esto), intentando conciliar el sueño. Etcétera. Haga lo que haga tu aparato locomotor el pensamiento  es una espiral donde se zambullen recuerdos, argumentos, fracasos, iniciativas pendientes, realizaciones insuficientes. Ese fragor interior exige un orden. Pero el orden no llega siempre. A veces solo una propuesta en falso.


199.


¿Hay una forma exterior que conduzca por sí misma a una indagación? Prueba a dedicar tus tiempos de introspección bajo la forma arquetípica. Verás la respuesta de tus lumbares. Ellas, y sus vecinas correlativas, también tienen su propio mundo de reflexión.

198.


Esos pensadores -de Rodin, de Kafka, de Viollet le Duc- mantienen una pose. ¿Piensan o sueñan? Reflexión y ensoñación: dos ejercicios en combate. Cada uno su campo de batalla, cada cual su tiempo, ambos con sus factores de avance y retroceso. Con frecuencia el intercambio de su propio caos.


197.


Kafka altera el exterior del prototipo de Rodin. El hombre pensante de la silla ya no es el musculoso, sino el asténico. Sin embargo, no fiarse de las apariencias. A la robustez externa no siempre respalda una complexión mental vigorosa. La escualidez aparente puede resguardar una vigorosa fortaleza interior.

196.


Simbolizar el ejercicio de pensar -reflexionar- a través de un símbolo externo. El hombre musculoso de Rodin, que en un cierto encogimiento apoya la barbilla -la cabeza- en una mano que ni está abierta ni es un puño y se abandona a la mirada abstraída -reconcentrada- triunfa como arquetipo. La abertura total de una mano ¿sería el vacío de ideas? El puño ¿se trataría de una concreción definitiva de las ideas? Ese punto intermedio, no siempre real y tal vez incómoda en la actitud de un hombre de carne y hueso que se ponga a pensar según el canon del escultor, le dota de mayor simbolismo. Lo acepto. Pensar siempre es tránsito, proceso, hacia una conclusión parcial y relativa, que no le remite a verdades definitivas sino a una dinámica de seguir indagando. 

195.





¿Conocería Kafka la obra de Rodin? Kafka la dibuja esquematizada, pero próxima al arquetipo tan admitido. Pero si en la obra de Rodin prima el rudo dramatismo -¿el pensamiento como ejercicio penoso?- la del escritor de Praga exhala un aire abúlico, flotante: ¿el pensamiento como vuelo y abandono?  



194.





Que uno viva un tanto acomplejado de saber lo poco que sabe no es propiedad expresa suya. Pero ese complejo, ¿basta para verse anulado o para reducir su interés por todo lo que es humano? Lee uno de los Ensayos de Montaigne -un libro que no podría haber leído hace veinte o treinta años porque apenas le hubiera interesado, es decir, que poco lo habría comprendido- y encuentra esta cita: "La ciencia y la verdad pueden residir en nosotros sin juicio, y el juicio puede también estar en nosotros sin ellas. A decir verdad, el reconocimiento de la ignorancia es una de las más hermosas y seguras pruebas de juicio que encuentro. Yo no tengo otro sargento que ordene mis piezas sino la fortuna. A medida que mis desvaríos se presentan, los amontono; a veces se apresuran en muchedumbre, otras veces se arrastran de uno en uno. Quiero que se vea mi paso natural y común, tan descompuesto como es. Me dejo ir tal como me encuentro". 

No sé si el Señor de Montaigne se sentiría más bien un diletante, pero hace bien en reconocer sus límites -yo me pregunto: ¿acaso los tiene?- y volver los criterios generales al uso del revés. Aceptar lo poco que sabemos no es ninguna rendición. Es el paso que estimula seguir dando otros pasos. Y sin embargo no puedo evitar pensar que en ese pensamiento de Montaigne hay algo de boutade, o simplemente de que no nos cuenta toda su verdad. Aunque, eso sí, me identifico con su particular método (que él da a entender que no lo es)



193.



Duda de las palabras leales, que pueden ser letales. Que tratan de imponerse a los hechos. Da paso a las palabras expresivas, acordes en su sencillez con los hechos. Que las palabras no sean solamente médium de cuanto acontece. Que sean, al menos paulatinamente, cuanto nos va sucediendo en el accidente del vivir.


192.


La lealtad de las palabras, dices. Semejante comportamiento ¿no las hace envejecer en su entrega cotidiana? 


191.



La insensatez ha existido en toda época y lugar. Pero en los tiempos líquidos, como el presente, se licua más deprisa. En las sociedades necias, por no decir ciegas, se destila con más alta graduación.


190.




Dices amar las palabras. ¿No temes que no te sean siempre leales?


189.


Mira el cielo nublado, respira la humedad latente en el exterior y se despereza. Podría ser el comienzo de una buena limpieza en el desván del agónico mundo de ideas que ocupan un espacio inútil en su cerebro.


188.


Mira tu carne, mira tu tiempo, podría ser una máxima inequívoca. Tanto sobre tu pasado como sobre tu presente el cuerpo del hombre define el tiempo inconfundible. Algo de acción recíproca, sin duda. 

187.



Hay quien dice que el enemigo es el tiempo. Entonces, ¿por qué no nos gusta renunciar a él? Porque es el enemigo necesario, sin duda. Sin él no sabríamos de triunfos y no negaríamos, u ocultaríamos, las derrotas.



186.


Se olvida de lo que quiere olvidarse, la mayoría de las veces subrepticiamente, es decir, subconscientemente.

185.


Necesitamos al enemigo tiempo para convencernos de que la vida no es tanto un acto de amor como de supervivencia. Uno solo desarrolla ese sentido de supervivencia cuando ve como enemigo, esto es, contrario a sus intereses, al tiempo. Aunque sea desde el día uno. Hay algo de épica en nuestra visión de la existencia que nos persigue de la cuna a la tierra o al éter.

184.



Dice el Tao que todo lo fuerte es frágil y que todo lo frágil es fuerte. Esto sirve para una montaña, un cauce fluvial, el cuerpo de un ser humano o unas avecillas. El secreto no se encuentra en la relación y el combate entre mundos naturales y especies que los habitan. Más bien se halla dentro de cada uno de ellos. Aunque a veces el enfrentamiento sea inevitable o bien unos se aprovechen de otros, la lucha fundamental está en cada organismo que, a su vez, está formado por otros organismos. Es decir, otras vidas.





183.


Puede entenderse el cansancio de muchos individuos ante la complejidad y dinámica de cambios cotidianos en el universo social. Pero no es el mundo exterior lo que agota, sino el lastre que tienen en su interior. Y de ese lastre el peor de todos es el miedo. Miedo a la inseguridad, a la falta de control desde su reducida individualidad, a la velocidad de lo cambiante, a las palabras. Miedo, sobre todo, a pensar dinámica e incesantemente.

182.


Si las ideas son la visión de las cosas y crees que no aciertas lo suficiente a ver éstas, paraliza tus ideas. Ponlas a hibernar y asegúrate que las ideas están ahí para interpretar lo que ocurre. Nunca  cuanto acontece debe subordinarse a tus ideas. Además, objetivamente daría igual. Pero hay mucha gente que no modifica su visión y lo que es peor, su esquema o método de visión. No trates de condicionar dentro de ti lo que hay fuera, pues será algo estéril.

181.


La libertad de pensar es también la libertad de obligar al pensamiento a que ofrezca espacios donde crezca y proporcione frutos. Un pensamiento enclenque y débil proporcionará escasos bienes al que lo cultiva. No basta lanzar ideas si no se sitúan y después se desarrollan. Como tampoco es suficiente que se desenvuelvan alocadas e imprecisas. Ahí, las palabras prefijadas aturden nuestros pensamientos. Provocan que una palabra anterior se imponga a una idea, cuyo carácter debe estar marcado por el concepto. Nunca por el tópico, ni por el prejuicio ni por lo que se da como correcto por las buenas.
    

180.


Me interesa la libertad como instinto. La reivindico frente a quienes reprimen el instinto. Pero la sujeto como impulso. La sujeto antes de que se vuelva contra sí misma.

179.


Pensar cómodamente, sin agobios. Pero pensar consecuentemente.


178.


Alejarme, alejarme. Todo lo inmediato perturba mi pensamiento. Todo lo próximo lo bloquea.


177.


¿Qué se busca en la recreación de una imagen vivida? Tal vez alimentar otra imagen.

176.


Añade: no solo atrapaba la estación en la noche. Aproximarse a una ciudad provinciana o ir alejándose de ella cuando todavía la velocidad del tren es baja tiene algo de un cuadro de nocturnidad de Magritte. Las luces, las fachadas, las calles, todo está callado y el viajero observa el sueño de la estructura de los barrios. Donde se presume que viven humanos.

175.


Añoranza de aquellos recorridos de ferrocarril largos y lentos. La lectura se rentabilizaba más. Transcurso de los renglones versus avance del convoy. Se ponía el dedo en la página a la que se llegaba la lectura al detenerse el tren en una estación. Muchas estaciones eran en otro tiempo un libro abierto por sí mismas. Había que leerlas en unos minutos y absorber el ambiente pintoresco. Y si el viaje era por la noche el viajero se levantaba, salía a la plataforma y bajaba el tiempo de parada a participar de la madrugada de una estación. Un apunte: nada había o, en su caso, hay tan extraordinario y embriagante como una estación silenciosa en medio de la noche.

174.


El símil le conduce a lo físico. Medita entonces sobre la lectura ferroviaria. No sobre libros de tema ferroviario, que podría, los hay y apasionantes, sino porque se deja llevar en su butaca por el argumento del libro elegido. ¿Cuánto lee de seguido? ¿Cuántas interrupciones no tienen lugar? ¿Se pierde del texto a propósito? ¿Se aparta del viaje de las letras para satisfacer la mirada? ¿Combina observación externa con el desarrollo de la narración? Tanta mezcla ¿no genera un nuevo relato en su imaginación? Un viajero de larga distancia se acomoda perezosamente en su asiento, extiende las piernas, apoya los codos en los brazos de la butaca mientras sujeta un libro donde se cuenta la historia de un viajero que se dirige a una ciudad lejana...Sueña un cuento que empiece de manera análoga antes de retomar una y mil veces la lectura mientras el tren atraviesa llanuras.


173.




Tiene a veces por costumbre detenerse un poco antes de terminar la lectura de una narración sabrosa. Se queda ahí en medio de la vía. Alelado, impávido, risueño, soñador. Como si el semáforo no le diera luz verde y no quisiera llegar al desenlace, esa estación término tras la cual acaso ya no se abrirá jamás otra ciudad, otro paisaje, otro recorrido. 

172.


Hay tantas clases de libros como clases de trenes. De literatura más lenta o de desarrollo más vertiginoso. No hay que medir los libros por la velocidad de sus argumentos, sino por la amable invitación a hacer paradas, como aquellos trenes tranvías cada vez más inexistentes. Sin temor a que se ralentice su avance. Sin la obligación de terminar de leer apresuradamente el relato interesante. 

171.


Qué fructífero ejercicio es leer textos con enjundia del pasado para prevenirnos contra el presente.

170.


Lee también por curiosidad. Por saber cuánto de sí mismo existe en los personajes de las narraciones. Por conocer en qué proporción otros personajes que un autor ha fabricado como frankensteines, con muchas otras vidas reales e imaginarias, tienen parte de él.

169.



Ya lee menos por el interés de una trama que por otras atracciones. Lee, por ejemplo, por cómo se cuenta la trama y cuánto de invención hay en ella que le proporcione la profunda verdad del placer y del gozo.

168.


Creyó tanto en las verdades que éstas casi precipitan sus días hacia el vacío.

167.


Fingir, creernos nuestras invenciones, aparentar que nuestras propiedades de resistencia permanecen casi incólumes. Hacer de nuestros días una caridad de engaños que nos alarguen la voluntad de vivir.


166.


A medida que avanzamos en edad la dirección deseable se nos presenta más opaca. La ineludible, más nítida. Pero nos resistimos a aceptar la verdad, porque vivir es ante todo una práctica de ilusiones y fantasías. El método reflejo para mantenernos en pie.


165.


Alguien me dice esta mañana ante los avatares inciertos y las circunstancias dudosas: vamos a intentar mirar más allá, aunque no sepamos dónde. Es obvio el intento, si bien no siempre nos damos cuenta de que la dirección se suele presentar difuminada. Incluso desde nuestros años jóvenes mirar más allá fue siempre un ejercicio de ficción. Solo que entonces lo llamábamos planes o proyectos.   

164.




Soñar a golpe de extrañeza.

163.


Soñar para alimentar la mitad de la vida.


162.



¿Imaginamos cómo nos iría si antes de echar mano del maldito y letal recurso a la violencia -entre personas, entre pueblos, entre Estados- echáramos mano de la narración? Obviamente la muerte nos acabaría matando antes o después, pero no por desamor sino por aburrimiento. Porque no sabría hallar motivo, salvo nuestro propio y longevo agotamiento.


161.



Y vuelvo a encontrar otra cita de mi admirado Canetti. "Narrar, narrar, hasta que nadie muera. Las mil y una noches. Las millones y una noches."  La gran metáfora de la literatura universal, no importa si llegó desde lo persa, luego lo árabe, es la gran fórmula. Combatir con literatura, es decir con invención, la muerte y cuanto la causa.    

160.


Elías Canetti: "Mientras escribo me siento (absolutamente) seguro." Casi me dan ganas de apoderarme de la frase. Voy a ser más modesto: mientras escribo me siento. Pero puede ser un buen ejercicio la introspección acerca de lo que siento que me hace sentirme a mí mismo.


159.


Lo malo de soñar con amigos o familiares muertos es que estos te abandonan dos veces. Y te das cuenta al despertar que vuelves a reclamarles sin que el señor de los inferni te los devuelva. Eso sí, agradeces un día más que Caronte no te haya ofrecido sus servicios ni en sombra. 

158.


Ni en sueños se pierde el sentido arraigado del ego. ¿O todavía es más profundo ahí?

157.


Qué peculiares son los sueños. En los de la pasada noche vuelve a ver y a estar con dos amigos muertos. Qué amenas conversaciones. Cuántas preguntas y propuestas. Es lo bueno de los sueños. Que hablas a y con los muertos. 

156.


No es conveniente hablar del caos del Universo, cuyas leyes no son coincidentes con las nuestras. Más bien hay que circunscribirse al caos que las sociedades han generado. Que todo animal, de cualquier especie, y ahí el hombre no es algo diferente, está dotado de una tendencia natural que llamamos agresividad, es un hecho. Pero la agresividad para la lucha por la supervivencia es más fácil de explicar que la agresividad de las ideas que emponzoñan las mentes humanas. Hay algo de gratuito en el ejercicio de la agresividad humana. Sin embargo el tema es por qué se sienten amenazados unos hombres por otros tras tantos milenios de supuesta cultura y civilización.
  

155.


Explorar los orígenes y persistencia del mal en el interior de los humanos me lleva a la pregunta: ¿tendrá que ver el mal con el caos del Universo? Sin embargo el caos ha generado vidas, no se ha limitado a destruirlas. Pero el mal humano ¿a dónde conduce sino a la autodestrucción?

154.


Todos los días acontecen tantas cosas por encima de nuestras cabezas sobre las que no podemos decidir ni estamos capacitados para asimilar ni desviar siquiera su rumbo. ¿Hablo del destino? Palabra metafórica y literaria como pocas desde el principio de los tiempos orales y escritos. No la quiero pronunciar para no sacralizarla como suelen hacer muchos. Ni para hacerla propia. Hablo simplemente de la complejidad que nos desborda.


153.




¿Equidistante entre dos puntos? Siempre resistiendo ahí, fantaseando con que no se mueve. Pero la geometría de los cuerpos abstractos no respeta la sinuosidad de los cuerpos perdurables. Desgaste. Piensa más bien que no sabe ni dónde empieza ni dónde acaba. La cronología de una vida solo es una cuestión administrativa. Su mundo permanece profundo y sale a mirar para ampliarlo. Es y será siempre la viva imagen del caracol.



152.


Se imagina como el punto medio en un ejercicio de fuerzas de la soga tira. Conmocionado por la presión de dos gigantes que tiran de él sin que ninguno de ellos se lo lleve. ¿Será por esa razón por la que su cuerpo aparece pesado y oprimido en el indolente retorno a la conciencia de un nuevo día?

151.


Espacio entre el sueño profundo y el despertar desgarrado y lento. ¿Cómo podría denominarlo? ¿Cómo comprenderlo? No sabe a quién acudir, no pudiendo retroceder, no sabiendo avanzar. Parálisis en un terreno neutro donde no es nadie.

150.


Extraña sensación nocturna en que los sueños resultan ser su verdadero mundo (todo) y que cuando despierta ha perdido algo (todo)

149.


Emulando al de Hipona: Duda y haz lo que quieras. Al repetirlo me doy cuenta de que la sintaxis ofrece una perspectiva falsa. Si dudas no podrás hacer lo que quisieras, sería la expresión empírica correcta. No se te va a permitir, no te van a conceder, no tendrás espacio. Rehago la frase: duda y piensa lo que quieras, aunque el pensamiento se aborte en tu interior. Nihilismo.

148.


¿Tener certeza de que tengo dudas? Una interesante solución de compromiso.

147.


Me enorgullezco de mis dudas, aun sabiendo que mi bando es el eterno purgatorio de los perdedores.


146.


Una frase de Charles Bukowski me sale al paso. El problema con el mundo es que la gente inteligente está llena de dudas, mientras que la gente ignorante está llena de certezas. ¿Será esa la explicación a la devastadora gobernación de los torpes, que padecemos por doquier?

145.


Las calles y plazas de una ciudad están repletas de elementos que atraen la curiosidad de un niño. No hay nada más entretenido para él que mirar y más si es inducido a mirar. Las miradas siempre se convierten en preguntas, que siempre conducen a nuevas miradas y, por lo tanto, a nuevas preguntas.


144.


Me la apunto como la frase del día, escuchada al vuelo. Un niño que va de la mano de su padre exclama al aproximarse ambos a un árbol frondoso cuyas ramas llegaban hasta el suelo. Mira, papá, un pino. Su padre le corrige con suavidad: no es un pino, es un tejo. El niño repite, en un alarde de concentración natural: es un tejo. ¿No estaba siendo todo un tratado del aprendizaje y de las ganas de aprender, probablemente los dos?


143.




Hay un modo de poner coto a los pensamientos melancólicos y a los deseos perversos sobre la muerte. Entregarse a los colores. Ellos expresan más que las palabras. Afinan más que los argumentos. Penetran más que las formas. ¿Y si a la muerte se la pintara de colores?

142.


Nunca entenderé que haya tantos humanos que invoquen la muerte. Y que constantemente trabajen en aras de su victoria.


141.


Descalificad lo que queráis a la muerte. Ella no se dará jamás por enterada.


140.


Iban a hacer el bien y se han encontrado con la muerte, dice el amigo de uno de los fallecidos que pertenecían a cierta ONG en un accidente en India. Como si la muerte supiera de ética. Como si la muerte eligiera sus víctimas en base a las conductas humanas. Como si a la muerte le importara la bondad o la perversidad. Como si la muerte se rigiera por principios de justicia. Si los que hacen supuestamente el bien estuvieran exentos de la muerte, ¿existirían malvados en el mundo?


139.


Algunos suelen contar que escriben para conocer mejor a los hombres. Cuando escuchas esto, enmudeces y haces un ejercicio de enarcar las cejas, como si reconocieras implícitamente la sabiduría de tu interlocutor. Y pensar que yo solo lo intento para imaginar mejor a los hombres, exclamas en tu interior perplejo.

138.


¿Escribir para llegar a una parte ignota o para retener de alguna manera lo vivido, justo lo que el tiempo ya no te va a conceder?

137.


Hay individuos que buscan un camino. Hay quienes persiguen un guía o maestro. Hay quienes se apuntan a un corpus de fantasía y los que precisan la estructura de un número que proporcione seguridad. Tú, anciano caracol, ¿qué pretendes conseguir con el enredo que te define a cada paso escurridizo que das?



136.


Escribe como defecas: para tu propia satisfacción (Esta ocurrencia podría complementar la cita de Wallace Stevens que aparece como icónica en este blog)


135.


Da rienda suelta y canalizada a cuantas sustancias sobrantes debes evacuar y habrás recorrido una buena parte del sentido de tu existencia. Sin esa regla ni Platón, ni Lutero, ni Newton, ni Voltaire, ni Einstein habrían hecho llegar a la humanidad su talento discutible. Nunca sabremos, por otro lado, cuánto deben las ideas de cada cual a un correcto o deficiente funcionamiento de sus cavidades varias, en particular de sus intestinos.


134.


Observad que el cuerpo es un ente productor. Una máquina misma, podría decirse. En una cierta parte, de energía. En buena parte, de detritus, emitidos por innumerables conductos cuyo vaciamiento nos da idea de cómo funciona la empresa cuerpo.


133.


¿Dónde empieza tu espiral secreta, caracol anciano?


132.



Imagina y no des explicaciones a nadie.


131.


Nada más lejos de pensar que la imaginación sea la planta adormidera. Sirve para aplacar en ocasiones, pero, sobre todo, para fecundar nuestra capacidad de decisión creativa.

130.


Si hay cita a ciegas que no defrauda nunca ésa es la imaginativa. En nosotros está desarrollar luego su mundo de compensaciones que, desemboque o no en lo onírico, proporcionará el bienestar circunstancial que necesitamos en las horas bajas.


129.


Imaginar para no perecer.


128.


Toma, lee, mira, escucha. Percibe las cosas con la duda de si serán ciertas. No temas imaginarlas, si para ti es un recurso saludable. El efecto placebo de la imaginación discurre por los canales más ignotos de nuestro cuerpo.

127.


Distinguir lo que hay de sincero y lo que hay de falaz en las palabras.  De las ajenas y de las propias. ¿A través del ejercicio de la razón? Pero también por la intuición y sobre todo por el flujo constante de la imaginación. 

126.


La imaginación desarma al adversario. Pero también suele confundir al amigo.

125.


Parte de las cosas que se dicen y hacen, sobre todo desde instancias de gobernación y de autoridad, son inseguras, visionarias y engañosas. Sin embargo, ¿por qué depositamos tanta fe en ellas? O simplemente, ¿por qué las acatamos sin queja?


124.


Muchos temen a la imaginación. ¿Tan poco confían en ella?


123.


Encuentro casual entre amigos. Qué próximos (aparentemente) Qué apartados (de hecho) 

122.



Se pregunta de cuántos rostros está dotado el arte. Cuánto de rostro descarnado y cuánto de máscara hay bajo la epidermis formal de la creación artística.

121.


El arte como publicidad. El poder de las imágenes viene desde el principio de los tiempos no tanto para iluminar las mentes como para sujetarlas a las intenciones de los mismos patrocinadores del arte. 



120.


El arte como objeto a manipular. El arte como sujeto de insumisión.

119.


Pero el arte, ¿no es consecuencia de todo aquel mundo simbólico que va de la magia a las creencias animistas, y de los mitos a las representaciones religiosas modernas, y de las concepciones teológicas a nuevas visiones laicas del alma humana?  Acaso, pero trazando siempre un perfil autónomo y rebelde, la estética, más allá de las ideas que cundan en cada tiempo.


118.


Los seres imaginarios laicos arrastran todavía mucha impronta de los mitológicos y, en concreto, de los religiosos. Tienen encanto mientras manifiestan una traslación literaria y, en general, de expresión artística. Son perjudiciales cuando esas connotaciones cuya irracionalidad tanto nos seduce en la contemplación creativa se proyectan para adecuar la organización social, controlar las pautas colectivas e incidir en la conformación ideológica de los individuos. 

117.


Que lo que razones no lo impongas nunca a los otros. Primero piénsalo dos veces, para poner a prueba la razón y el razonamiento. Después, deja que el otro acepte o no tu propuesta. Probablemente él necesite un tiempo diferente para asimilar, simplemente porque su ritmo es distinto, su capacidad de asimilación más lenta y su estómago intelectual tenga otra contextura.
  

116.


¿Cuánto es tangible y cuánto imaginado, o deseado, en las horas vividas cada día? Computarlo y medirlo nos asombraría. Hagamos la prueba.


115.


Que lo que imagines no lo impongas jamás a los otros. 

114.


No te apoques si lo que escribes es imaginario y te apetece creer en ello. También es parte de tu autobiografía.

113.


El ser humano se ha rodeado de seres imaginarios a lo largo de toda su historia. Antes porque los necesitaba para sostenerse en medio de tantas adversidades. Hoy para no ceder a la abulia. Y siempre para gozar de la recreación. A través de lo imaginario el humano mortal se genera por una segunda vez.  En esta ocasión como producto imaginario de sí mismo. 

112.


No me puedo permitir un dios. Sería una frivolidad a estas alturas.

111.



¿Quién dijo torpes? Controlan los gobiernos los más listos. Los gestores próximos no suelen ser sino mandados. Refrendados por otros mandados, nosotros, de estamento inferior. Nuestros gobernantes visibles son como mucho cachicanes de la finca o pastores de rebaños. A los verdaderos hacedores de las vidas humanas y sus destinos apenas se les ve desde nuestro ángulo de la geometría social.

110.


Una voz en off con sorna, ante mi comentario anterior: prueba a ver si tú lo haces mejor, listo. No. Precisamente porque soy consciente de mis deficiencias no me metería en camisa de once varas. Es decir, a gestionar lo ajeno. Tampoco me apura ansia alguna por creerme importante ni para ingresar en el gremio de los vanidosos ni los influyentes. Mucho menos por aprovecharme de la coyuntura pública para sacar provecho personal, que es lo que se lleva.

109.


Nos gobiernan siempre los ignorantes, sin duda. Si bien ellos no admiten que lo son. Controlan amplios espacios, gestionan territorios complejos y disponen de abundancia de mecanismos no aprovechados correctamente, todo ello respaldado por resultados electorales relativos y estrechos. El resultado suele ser la incapacidad para resolver. Incapaces de reconocer sus deficiencias la gestión pública está cada vez más abocada a la ausencia de resultados beneficiosos para el común. A éste, el ciudadano de a pie, solo le queda el desasosiego y  la impotencia de tener que soportar tanta mediocridad.

108.


Hartazgo a causa de escuchar constantemente el mantra obtuso de que si energía positiva o que si energía negativa. Fruslerías. No hay más que una clase de energía. La misma que generamos o que desechamos. Como mucho se trata de la misma energía que se utiliza para obtener el bien y que se desencadena para perjudicar. 

107.


Planeamos con el máximo de datos lo que vamos a hacer los días siguientes. La voluntad con que tratamos de corresponder a las previsiones no siempre es premiada con el éxito. La vida cotidiana es un constante ejercicio de levantar y desalojar pequeñas cabañas de intenciones.

106.


Falso dilema. Por una parte el pasado es un estado de pérdida, para siempre. Por otra, el futuro no es un estado real sino como mucho probable. Vivimos en un dilema equívoco entre dos nadas. Nuestros salvavidas son el recuerdo, en un caso, y las previsiones, en otro. Y siempre, la espera.



105.


Quienes recurren machaconamente a la exaltación de sus raíces, ¿no será que desconfían de su futuro?

104.


Desprecia a quienes evocan la muerte. Detesta a los que la invocan.

103.


En parte te explicas por tus raíces, pero ¿en qué parte de ti se reconocerían tus raíces?

102.



¿Dices que quieres crecer sin romper con tus raíces? Muchos lo han intentado, pero solo han hecho de su vida un manojo de raíces mayor. 


101.


El paisaje es siempre ilimitado. Pero el cansancio limita al viajero que contempla el paisaje y quiere seguir disponiendo de él.

100.


¿Eran todas las costas que Odiseo divisó, y en las que recaló, su costa? Lo eran, sin duda. Nunca hay una sola meta. Mientras las recorrió supo que para el navegante audaz no hay principio ni fin.

99.


Miente (se miente) porque las palabras le parecen a veces muy gruesas. Debería aceptar que el naufragio es algo probable cuando la navegación se impulsa en exceso y no se endereza el rumbo. Demasiados vientos, unos cuantos monstruos y poco conocimiento del calado pueden provocar la deriva fatal. Cuando tampoco se tiene claro hacia qué costa dirigirse el náufrago se aferra a cualquier costa. Luego ya se verá.

98.


Demasiado optimista, dice no creer en los naufragios. Si nunca fue náufrago ¿por qué iba a sentirse tal a estas alturas de su vida? Su otro yo le susurra: ve a saber lo que vendrá.

97.


¿Al pairo del azar? Por qué no. Que los vientos soplen y le lleven a costas desconocidas.


96.


Prefiere la geografía de los cuerpos. No tanto la visible como la oculta. Aquella cuya capacidad por la sorpresa destaca su admiración irresistible.

95.


Prefiere los accidentes geográficos a la geografía de las naciones.

94.



Aquel hombre hablaba tanto y tan constantemente de la muerte porque pretendía desprestigiarla. Así la voy demorando, aclaraba, porque ella me escucha. Según iba haciéndose más viejo sus amigos, los que iban quedando, le decían: lo estás consiguiendo. Y él, ufano, respondía: y si es posible pretendo abolirla. Se pasó la vida entera en el empeño. Si al principio criticaba con cierta corrección a la muerte más adelante no dudó en denigrarla, actitud asombrosa que a la muerte, que le oía siempre, le producía gracia y la vez tristeza, pero que siempre la descolocaba. Desaparecieron todos sus amigos y gran parte de familiares de su edad, y él no cejaba. Consciente de tal esfuerzo meritorio, la muerte, sabiendo que no podía hacer una excepción, le premió con el mejor de sus rostros. Cuando agonizaba el hombre, con una sonrisa, alcanzó a decir a la muerte: te he vencido. Admirada de la inocente soberbia y de la entrañable resistencia del hombre, la parca le premió con lo que algunos llaman la buena muerte. Cuentan que la muerte, que no tiene sentimientos, aquel día lloró.


93.


Aborrecí siempre las disquisiciones con conclusiones equívocas acerca de la muerte. Las practicaban en demasía los clérigos en sus admoniciones espirituales. Ejemplos muy ilustrativos, convenientemente manipulados, para generar angustia. A cambio ofrecían la iniquidad de la promesa de su falso cielo. Creo que aún se practica ese subproducto del artificio en diversas religiones.

92.


Es fácil y cómodo parlotear sobre la muerte. Siempre es una ficción. 

91.


A veces pienso si no será la muerte la que nos hace sobrevivir, y no la vida en sí misma. No se explica, si no, el historial de violencia de la humanidad y cómo unos seres se erigen en supervivientes sobre los cadáveres de los demás. ¿No es lo mismo que acontece en las otras especies animales?


90.


Vivimos aferrados a un sentido de propiedad extrema sobre la vida. Nada que objetar. Sin embargo incurrimos en la contradicción de maltratarnos a nosotros mismos, de perjudicar a otros y de llegar también hasta el extremo de arrebatar ese derecho de propiedad a quien se nos ponga por delante, llegado el caso. Normalmente, esta tropelía última la mayoría de los individuos la ejercitamos por mediación. Delegando. A través de una guerra, para la cual damos carta blanca a los más infames de nuestra sociedad.


89.


Nunca he sabido por qué tenemos que hacer uso del lenguaje, del pensamiento o de la razón, mecanismos todos útiles en y para la vida, para justificar un acontecimiento que no necesita ser explicado. Es decir, nuestra desaparición. Sin más.

88.


No hay nada cierto en que alguna vez, después de morir, seamos otra cosa. La materia única que fuimos mientras existimos muere con nosotros. No hay más. Si nuestros restos, adquieran la forma que adquieran, dan lugar a nuevas combinaciones con la naturaleza a mí me da igual. Eso no implica que yo sea un nuevo ser. No hay segundas oportunidades. Ni falta que hace.

87.


Ignorar la muerte es desconocer la vida.


86.




Armonía corporal: cuando los sentidos y la conciencia juegan la partida de la levedad.

85.


Creemos ser jefes de nuestro cuerpo cuando no somos sino frágiles siervos.

84.


Cómo entienden las bacterias que regulan el otro corazón del hombre, el sinuoso y subterráneo, antes de que proceses el razonamiento y controles tu inquietud.


83.


Esa capacidad de comprender con sinceridad y en todas sus dimensiones el mundo que te afecta reside en tus intestinos.

82.


El primer ejercicio de pensamiento del día se expresa con las tripas. Mi otro yo, celoso guardián de la mente racionalista: ¡blasfemo! Yo, justificándome: son las primeras que detectan el día que va a venir antes de que el hombre se ponga en marcha.

81.


El pensamiento, feliz e impuro transeúnte del silencio. El no pensamiento, sumiso esclavo del ruido. Que me perdonen los budistas mi antitética interpretación.



80.


Desenmascarar el ruido, es decir las filosofías huecas, los principios comúnmente admitidos, los dogmas y demás secuelas de las doctrinas religiosas, la hojarasca laica, la costumbre y la tradición tan sacramentadas que bloquean cuando no impiden el fluir del silencio. Pero, sobre todo, desenmascarar la publicidad arrasadora y extensiva de nuestros días.

79.


Lamento desilusionar. Los sueños tampoco son el silencio que urgimos. Acaso ni siquiera un sustituto. Los sueños son la continuación del ruido exterior.

78.


¿La muerte como auténtico silencio? No tiene mérito, no vale. Ya no se da la instancia humana. Para que el silencio tuviera valor debería darse en el organismo, no ignorando definitivamente el cuerpo.


77.


Hay quien trata de aproximarse al silencio como retención y, en un esfuerzo por sublimarlo, como perfección. Qué retiene y qué percibe perfecto dentro de sí, cuando es un hecho que no para ninguna de las funciones vitales, es un enigma.


76.


El silencio, producto siempre de nuestra imaginación. Una imaginación, no obstante, necesaria.

75.


El silencio es la emulación del vacío. Pero ¿qué garantía tenemos de que el verdadero vacío, el del cosmos, no sea ruidoso? En ese caso y ante la duda limitémonos más bien a pensar que el silencio es simplemente la simulación del vacío.


74.




Hartura de la politiquería, innoble sustitución -prostitución- de la Política.


73.


¿Cómo? ¿Que crea en los símbolos? Los símbolos son la caricatura de los ídolos. Si no quiero adorar a estos, ¿cómo podría hacerlo sobre unas representaciones deleznables?

72.


Urgencia a medida que avanzamos en edad: evitar el vaciamiento de la capacidad de emocionarnos.

71.


Leer, escribir, por elemental placer y compensatoria satisfacción. Huyendo de las obligaciones, rechazando lo que no nos pida el cuerpo mental. Sentir que habitamos junto a lares protectores. Dejándonos incentivar por el fuego que se genera naturalmente.


70.


Sé del caso de un adulto que muriéndose de verdad no quería creérselo y sacaba energía de la que carecía. ¿Trataba de seguir la dialéctica del juego infantil pero a la inversa? Feliz rememoración si le fue útil. Bendita emulación si murió de verdad como si aún jugara a vivir.


69.


Juego inquietante. Hacerse el muerto ponía a prueba la capacidad de representación ficticia de los niños. Mientras uno se hacía el muerto los demás montaban una escenografía de llantos o de preocupación, ¡ejecutaban el drama! El problema venía cuando se traspasaba cierta frontera. Había un niño que lo hacía tan bien, que mantenía rígido todo su cuerpo, que contenía la respiración con tanto arte, que resistía las cosquillas, que no movía un músculo facial, que se volvía más pesado e inerte cuando se le decían chanzas primero y se le zarandeaba después para que saliera del falso éxtasis, que lograba preocupar y causar desasosiego y llantina a algún que otro chico o chica que participaban en el juego.


68.


Juego de infancia. Hacerse el muerto.

67.


La palabra y el lógos deben (deberían) ser siempre muy sensoriales. Que lo que escribamos y, por supuesto, cuanto leamos, sean cada vez más efecto de nuestros sentidos, una derivación de los cuales es el discurso, la reflexión racional o simplemente emitir opiniones de manera instintiva.

66.


Valora del autor aquella parte que te alimentó de cuanto escribió. Descubrimiento de otros mundos, aprecio a otras culturas, sentido permanente del ejercicio de la crítica, valor moral de la disidencia. Si todo ello aún sirve para la introspección sobre la vida contemporánea, en tiempos en que todo se reduce cuando no se aniquila, estímalo y siéntete a gusto.

65.


Noticia de la desaparición del escritor octogenario que vivía en Marrakech. Uno de los pocos autores que quedaban vivos, si es que aún queda alguno más, de los que has leído durante toda tu vida. Pregúntate qué aprendiste de lo que escribió. 


64.



Ejercicio sin prisa que me impongo: reflexionar con más receptividad y precisión sobre el alivio que pueden proporcionar algunas personas ante el fin de la vida.

63.


También he escuchado relatos de mujeres que habían sido enfermeras en la guerra a las que recurrían los moribundos para recabar la ternura maternal imposible. La ternura ausente reclamada a mujeres desconocidas poco antes de morir. Y aquellas mujeres siendo capaces de conjurar la miserable situación final de los heridos en su estertor.

62.


He oído a personas nonagenarias en situación ya cercana a la muerte invocar a la madre.

61.


Todos los ídolos tienen los pies de barro (Símil. Estén hechos de mármol, de forja o de madera noble, o de idearios y catecismos abstractos) Sólamente hay uno que cumple su cometido con total constancia y proporciona máxima seguridad: la madre. Si de los ídolos de poca monta se esperan milagros o dones que no suelen obtenerse, de la madre cabe la salvación. Es el verdadero puente e interlocutor con la naturaleza, la exterior de la que procedemos y la que se genera y desarrolla dentro de cada uno de los hombres.

60.


La madre, el primer tótem que adora sin remilgos el individuo nada más nacer.

59.


Oigo hablar con frecuencia del efecto placebo (de medicamentos, de pseudomedicinas, de recursos mentales varios) Para efecto placebo seguro el primer afecto recibido de la madre (ternura, cuidados, protección)


58.


¿No sería más atractivo escuchar del otro que siente como tú sientes? No siempre sabemos distinguir pensar y sentir. Intuyo que sentir como el otro todavía es más complicado, pues el mundo de las sensaciones no se nutren del razonamiento.


57.


Abandono por cansancio a pensar como piensa el otro. Tan retorcidas son las cuestiones que nos inquietan.


56.


Resistencia a creer a aquella persona que dice pensar como tú. Cada tema y argumento están repletos de derivaciones enmarañadas con las que no sabríamos y probablemente no podríamos identificarnos. La pregunta correcta sería entonces: ¿en qué parte de la urdimbre pensamos de la misma manera?



55.


Escribir para nuestra propia prospección. Dejar que el lógos habite y crezca en nosotros. Eso sí, con toda su impedimenta de emociones.

54.




La vida ordinaria nos trasunta a todos y cada uno en cierto modo en personajes ficticios. Hay un papel, una tramoya, un escenario, un atrezo, un vestuario, un maquillaje y un patio de espectadores, más o menos abundante, alrededor. ¿Que es al revés? ¿Que el teatro copia de la cotidianidad y reproduce con tintes variados su desarrollo? No estoy seguro. Nos gusta sentirnos personajes aun sin que no nos reconozcan como tales. Reproducimos la vida dos veces. Por la inercia de sus acontecimientos y como farsa.

53.


Que no soy un personaje de ficción es obvio y fácilmente demostrable. Pero ¿por qué a veces me lo parece?


52.


Descubrir con asombro en un libro pendiente de leer la dedicatoria afectuosa del autor. Con una frase sintetiza el argumento. Descubre de qué va. ¿Incita a la lectura o desplaza el interés? No tiene mayor importancia. La aparición del nombre del dedicado -mi nombre- hace creer que la novela no se había terminado en la última página. ¿Seré de esta manera un personaje añadido más?

51.


Sobreaviso acerca de la tendencia y riesgo a vivir más las palabras que aquello que designan las palabras.

50.


Esa persona que se resiste a responder a nuestras preguntas curiosas. Que tal vez tema revelar de sí a un desconocido lo que éste considera insignificante pero que el interrogado ve como parte de su peculiar mundo a preservar. 


49.


Pasamos de la escasez a la abundancia en el uso de la palabra y luego nuevamente retornamos a la parvedad. Hasta que recalamos en ese justo punto, en expresar únicamente lo necesario. Buscamos que la palabra diga -acierte- en su adecuada propiedad. Aunque no lo consigamos.


48.



Gustar de palabras concisas, como si todavía fueran gestos, sensaciones. 


47.


Lejos todavía las palabras que enuncian conceptos, y no solo cosas. Ya llegarán envueltas en la bruma y en la dificultad de distinguir su senda. Arduo esfuerzo que el niño tendrá por delante para saber qué quiere decir aquello que es intangible, que no se toca ni se deja tocar.




46.


Las primeras palabras de un individuo al cabo de un tiempo de nacer son de utilidad. Para pedir y para comprender al que pide y lo que pide. Cuanto más precisas, más valiosas, y más cómodas para todos. Pero su concreción no siempre es lineal, de una dirección única.  A partir de ese descubrimiento el niño que se va haciendo menos elemental se confunde. ¿Que las palabras tienen más de un rostro? Saber ver y encontrar las palabras adecuadas es un juego, también una batalla.

45.


Tener más edad, mucha edad, y seguir hablando instintivamente. Como si se hiciera por primera vez.