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Imagina que le llega la muerte leyendo un libro. Que estaba a punto de alcanzar el clímax de aquella trama donde lo qué (el argumento) y el cómo (el estilo) jugaban al ratón y al gato. Imagina que el libro se le cae de las manos y que sus labios pronuncian tenuemente la última frase que dice la protagonista. Imagina que su mirada última ha quedado perdida en dirección a la página abierta. Imagina que lo que pasa veloz por su mente en ese momento no es su vida vivida, como dicen muchos sin que sea posible comprobación alguna, sino que se desata veloz el nudo de la novela que leía. Imagina que alguien le encuentra ya desvanecido del todo y que recoge el libro mientras pronuncia con alarma el nombre de ese lector (tú) que acaba de despedirse de todas las realidades (su vida) y a la vez de las realidades ficticias pero no menos reales (la literatura)