69.


Juego inquietante. Hacerse el muerto ponía a prueba la capacidad de representación ficticia de los niños. Mientras uno se hacía el muerto los demás montaban una escenografía de llantos o de preocupación, ¡ejecutaban el drama! El problema venía cuando se traspasaba cierta frontera. Había un niño que lo hacía tan bien, que mantenía rígido todo su cuerpo, que contenía la respiración con tanto arte, que resistía las cosquillas, que no movía un músculo facial, que se volvía más pesado e inerte cuando se le decían chanzas primero y se le zarandeaba después para que saliera del falso éxtasis, que lograba preocupar y causar desasosiego y llantina a algún que otro chico o chica que participaban en el juego.