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Simbolizar el ejercicio de pensar -reflexionar- a través de un símbolo externo. El hombre musculoso de Rodin, que en un cierto encogimiento apoya la barbilla -la cabeza- en una mano que ni está abierta ni es un puño y se abandona a la mirada abstraída -reconcentrada- triunfa como arquetipo. La abertura total de una mano ¿sería el vacío de ideas? El puño ¿se trataría de una concreción definitiva de las ideas? Ese punto intermedio, no siempre real y tal vez incómoda en la actitud de un hombre de carne y hueso que se ponga a pensar según el canon del escultor, le dota de mayor simbolismo. Lo acepto. Pensar siempre es tránsito, proceso, hacia una conclusión parcial y relativa, que no le remite a verdades definitivas sino a una dinámica de seguir indagando.