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En sus crisis se pregunta: ¿de qué me sirve rodear los espacios ocupados y delimitados, e incluso penetrar y salir de ellos como un extraño, si jamás toco el hálito de la vida organizada por los hombres? Sin dar tiempo al escalofrío se responde: a los demás moradores de la ciudad les sucede algo análogo. Con la diferencia de que ellos creen estar siempre en el centro, y disfrutarlo, pero carecen del sentido de la perspectiva. Así su goce es escaso y restringido, no saben proyectarse sino para mantener su escasez. Su vida es la sucesión de una copia tras otra en la que, tras tanto repetirse, no se reconocen.