¿Es el conocimiento de las cosas el que me perturba y entra en colisión con una conciencia adquirida anterior que se resiste a modificarse?
¿Es el conocimiento de las cosas el que me perturba y entra en colisión con una conciencia adquirida anterior que se resiste a modificarse?
Soñar como reposición mientras se duerme es lo saludable y ordinario. Soñar en estado de vigilia ya no es soñar por instinto sino por anhelo. El deseo de imponer el mundo personal del individuo a otros individuos o a la colectividad. Es el principio de una senda totalitaria.
De un personaje tan peculiar como Thomas Edward Lawrence:
Una palabra sale fortuitamente hoy a mi encuentro, debido a la lectura de un texto. Irreverencia. En mi memoria suena antigua. Suena transgresora. De seguir uno condicionado por el pasado lejano se la podría denominar también pecaminosa. Hoy percibo el término irreverencia como el primer paso de otra acepción, la de rebeldía. Han sido tantas las navegaciones y sus cambios de rumbo...
Pensamientos sobre una fotografía: estarán muertos y enterrados el hombre, el periódico, el tranvía, la moda y su época. Lo vintage o lo revival nunca reponen lo fenecido.
Corrijo: ya no se dice leer la prensa. Solo echar un vistazo al periódico. En gran parte de las páginas de un diario nos quedamos en la abreviatura. Los epígrafes, los titulares. Como mucho las entradillas.
Lectura mañanera del periódico. Leer entre líneas, leer sobre líneas, leer bajo líneas. Incluso leer sobrevolando las líneas. La lectura de prensa ha acabado siendo para mí una geometría. Pero ¿no lo fue acaso en mis años jóvenes cuando buscaba con avidez lo que no estaba escrito?
Es la cualidad burlona de los sueños lo que me intriga sobremanera. Mucho más poderosa y probablemente efectiva que la ironía que podemos desplegar cuando creemos que nos regimos por nuestra consciencia.
¿Qué parte de nosotros habrá en la naturaleza de los sueños?, me pregunto en ocasiones. Para qué cuantificar, me respondo.
Despertar con el peso de los sueños revueltos. ¿Cabe imaginar sueños ordenados? Si lo fuesen la carga sería mucho más onerosa y el caos se extendería a lo largo de las horas del día.
La palabra es una sustancia circulante. Una más que sumar a las corrientes naturales del cuerpo, las que denominamos biológicas que, por cierto, también mutan, se multiplican o se reducen, fluyen o se obstaculizan. No necesito pensar en la generación por sí misma de la palabra. Bulle dentro, despierto y dormido. Solo debo cuidarla al razonar y, sobre todo, al expresarla al exterior.
Aviesa cosa sería llegar al estertor diciendo: no supe vivir. Tal vez en ese instante irreversible lo que querrías decir es: no aprendí a saber vivir.
Tan perjudicial puede ser vivir en un ambiente cerrado y sin ventilar como padecer siempre la desprovisión de la intemperie.
Hay desaciertos prácticos, tales como la resistencia inútil a aceptar hechos consumados o acontecimientos irreversibles. Naturalmente llorar ante lo irreparable es un recurso emocional, pero baldío. No obstante conviene tener certeza de que no hay vuelta de hoja. No vaya a ser que lo que se nos ofrece como estación término -de algún asunto, alguna experiencia, alguna aspiración- haya sido un simple apeadero. Pero vivimos tiempos en que los apeaderos no existen, lo cual nos obliga a extremar las precauciones. Nunca nos demos por muertos mientras sigamos escuchando a los vivos.
Se me cae de la estantería Leopardi. Por fortuna no se ha descuajeringado el libro. Leo en la página abierta por el azar del accidente:
'El hombre está condenado o a consumir su juventud sin un propósito concreto, que es el único tiempo en el que pueden producirse los frutos de los tiempos venideros y proveer a su propio estado, o a malgastarla en procurarse goces para aquella parte de su vida en la que ya no está capacitado para gozar'.
Al final va a resultar que la vida, en cualquiera de sus etapas y circunstancias, es tiempo perdido. Pero perdido, ¿para qué? ¿Acaso de jóvenes no ocupamos el tiempo y en edad avanzada no lo tiramos con frecuencia por la borda? Hasta el conocimiento de los pensamientos ajenos son productos de la casualidad (en este caso proporcionado por la caída del libro) ¿Será que nuestra existencia misma es una constante y recurrente caída? Eso sí, unas veces previsible; otras, inesperada.
Afecta la desaparición de personajes que sin ser de nuestro mundo cercano e inmediato nos han dejado alguna huella. Pero a los que de una manera u otra, alguna vez, hemos incorporado a la inmediatez y a la cercanía, siquiera imaginaria. Un escritor cuya narrativa hemos leído con agrado, por ejemplo. Un científico que además de investigar ha sabido divulgar sus mundos. Un artista cuya obra ha sido fecunda. Un actor cuya interpretación nos ha gustado. No importa si de alguno de esos personajes no sabíamos nada desde hacía tiempo. Suele pasar. De pronto la noticia de su muerte nos conmueve y la memoria hace un repaso de aquello que hemos leído del fallecido, de los cuadros que hemos admirado, de las divulgaciones que nos han abierto la mente, de las interpretaciones en filmes que en su momento nos impresionaron.
Al final todo nos remite a la relación personal que se establece entre emisor y receptor. Cómo el primero influye sobre el segundo y cómo este acoge y se deja acoger por el primero. Tal vez sea cuestión también de asuntos de familia. Porque nuestra mente individual introduce tanto a familiares biológicos como a personajes, y cuanto nos ofrecen para nuestra particular y extraña evolución, de una diversidad cultural con la que nos identificamos, y tras los cuales adivinamos animales humanos. Como el mismo con el que cargamos cada día y lleva nuestro nombre y es marcado por la misma edad.
Imagina que le llega la muerte leyendo un libro. Que estaba a punto de alcanzar el clímax de aquella trama donde lo qué (el argumento) y el cómo (el estilo) jugaban al ratón y al gato. Imagina que el libro se le cae de las manos y que sus labios pronuncian tenuemente la última frase que dice la protagonista. Imagina que su mirada última ha quedado perdida en dirección a la página abierta. Imagina que lo que pasa veloz por su mente en ese momento no es su vida vivida, como dicen muchos sin que sea posible comprobación alguna, sino que se desata veloz el nudo de la novela que leía. Imagina que alguien le encuentra ya desvanecido del todo y que recoge el libro mientras pronuncia con alarma el nombre de ese lector (tú) que acaba de despedirse de todas las realidades (su vida) y a la vez de las realidades ficticias pero no menos reales (la literatura)
Admírate de que tu cuerpo te siga la corriente. Tú le tratas a veces con indiferencia. Él te corresponde como si su fidelidad estuviera a salvo del envejecimiento. Tú le observas troceándolo con tu mirada. Él no entiende de regiones dentro de sí y responde como única geografía para acogerte. Tú pones el énfasis en aquello que crees que funciona como el primer día. Él reclama que no hagas de menos sus espacios más desconcertados. Tu cuerpo te tiene cariño, pero teme no saber concederte en contrapartida aquella entidad etérea que tu talante risueño aún busca en él.
Cuando las ilusiones exceden a las posibilidades, y principalmente a los hechos, el hombre se arriesga a entrar en el mundo de lo quimérico. Con las quimeras se pierden los papeles. Eres otro que no controlas. Pero adentrarte en ese ámbito arriesgado solo tendrá alguna clase de fruto si se manifiesta el artista que llevas dentro. Pero artistas hay pocos. Individuos demenciados muchos.
En cada una de sus aparentes ausencias laten presencias desconocidas. Piensa: el que fui, el que pude ser, el que no soy, el que puedo ser. Pero a su vez cada presencia se desdobla no solo en tiempos sino también en posibilidades. Que, no obstante, quedan tan solo en ilusiones.
Tener miedo a ausentarse de sí mismo.
(Le resulta curioso comprobar cómo la forma de infinitivo contiene pasado, presente y futuro. Hay algo de potencial en ella que fusiona todas las formas verbales)
Se fue a la cama leyendo a saltos a Marco Aurelio. No al triunfante en bronce a caballo del Capitolio romano, sino al paseante imaginario recreándose en sus villas. "Contempla las evoluciones de los astros y piensa que tú evolucionas con ellos. Piensa continuamente en las propias transformaciones de los elementos. Estas elevadas meditaciones purifican el alma de las mancillas de su vida terrestre". ¿Cómo fue ignorado posteriormente aquel pensamiento avanzado de su tiempo y que hoy sigue en vigor?